Nebulosa

Quiero escribirte unas líneas como si estuviese conversando contigo. Me resulta más cercano y familiar. Lo que deseo contarte es un recuerdo borroso, vivido en la nebulosa de la duermevela. Verás: me encontraba medio dormido en la butaca frente al televisor, pasada ya la medianoche. En verano, en un valle perdido de los Pirineos franceses donde tenemos una casita. Me dormía a ratos, pues en Francia practico mucho deporte, sobre todo natación en un lago de aguas límpidas y frescas; y acabo físicamente agotado, de aquel cansancio sano que tanto añoro en las ciudades. La causa de mi vigilia era bien concreta: un documental en la cadena franco-alemana ARTE, la mejor de Europa en lo que a cultura se refiere, por lo menos a mi juicio, sobre los inicios de Bob Dylan.

El reportaje me pareció magistral desde el minuto cero, un análisis artístico sobre las razones misteriosas que transformaron a un joven idealista de Minnesota en una leyenda de la cultura popular del siglo XX. Interesantísimos los testimonios de sus primeros amigos, de sus profesores de instituto, de los propietarios de los bares donde cantaba. Debo confesarte que me estaba durmiendo, toda mi familia ya lo hacía desde hacía rato, rondaba la una de la madrugada, el campo yacía bajo la noche estrellada, y encima no podía subir el volumen para no despertar a nadie. Pero escúchame bien porque ahora viene lo interesante. Perdóname si no te doy nombres concretos pero soy totalmente incapaz de recordarlos.

Resulta que al cabo de pocos años Robert Allen Zimmerman adoptó el nombre de Bob Dylan en honor al extraordinario poeta norteamericano Dylan Thomas, enfundó su vieja guitarra, se subió al tren y aterrizó en Nueva York, donde empezó a tocar en algunos clubes del famoso Village. Muy pronto su energía comunicativa llamó la atención de gente importante de la industria discográfica, hasta tal punto que uno de los productores de Columbia lo quiso fichar. Un ser excepcional llamado John Hammond.

His voice was terrible! Fue entonces cuando me desperté. Al oír esta frase. Genial. Alucinante. En español: su voz era nefasta. La cuestión es que este visionario tuvo que luchar contra viento y marea, ante la oposición radical del presidente de Columbia y de los demás productores, uno de los cuales estaba tan acostumbrado a trabajar con cantantes profesionales de calidad extrema (los cuatro mejores de Estados Unidos) que se negó a grabar una sola canción en el estudio con este patán. Y lo más increíble de todo fue que el tal Hammond lanzó un ultimátum al presidente, asegurando que si no podía producir a Dylan, dejaba la compañía discográfica. De fondo sonaba la voz del cantante en directo, con las imágenes del concierto de Newcastle de 1966. Y en efecto tenía la voz casi desagradable, de timbre chillón, y ese extraño tono nasal que se acentuaba hasta convertirse en estridente a medida que subía a los agudos. No respiraba nada bien, estiraba el cuello a más no poder por encima de su eterna armónica para acercarse al micro, y se tragaba las palabras.

He’s constantly out of tune. It makes you sick listening to this rubbish… Los jóvenes británicos decepcionados tras el concierto le echaban en cara dos cosas: haber remplazado su guitarra acústica por una banda de rock, con instrumentos eléctricos y batería, traicionando de ese modo su personalidad original; y cantar de pena, perdiendo el ritmo y desafinando a cada momento. Vaya documento… ¡No podía separar los ojos de la pantalla!

Porque necesito decirte una cosa ya: a mí me estaba empezando a doler el estómago de la emoción. No debo de ser músico ni tener el oído muy afinado… porque a mí me estaba subyugando la interpretación de Dylan. Me parecía excepcionalmente hermosa, cautivante, desgarradora. Estaba vibrando en cada frase, flipando literalmente con la fuerza de sus ojos, la rabia de sus frases, el descaro de su gesto. Y sobre todo pillaba el sentido de algunos versos aislados y me estremecía conmovido: ¡cómo puede estar este hombre lanzando palabras tan alucinantes al viento! Me daba completamente igual que perdiera el ritmo, no me importaba un pimiento que los músicos tuvieran que hacer maravillas para no perderse, me la soplaba que desafinara, me traía sin cuidado todo lo técnico, estaba delante de un genio y quería seguir escuchando hasta el amanecer, fue el mejor momento del verano, solo en la butaca en un valle perdido de Francia conquistado, seducido y enamorado por las imágenes poéticas de un loco mal peinado con su voz espantosa.

Lo que Hammond comprendió fue exactamente lo que yo comprendí aquella noche viendo el documental. En casos tan excepcionales como el que estaba presenciando en un club del Village neoyorquino, no tiene ninguna importancia la técnica. No entra en el debate como argumento. Está de más. Voy a tratar de explicarlo. Porque me quema el tema en las entrañas.

Bob Dylan es candidato permanente al Premio Nobel de Literatura. Como lo oyes. Repito: de Literatura. Junto al poeta irlandés Seamus Heaney, en compañía de Pablo Neruda, Saint-John Perse o Thomas Stearns Eliot. Eso es muy fuerte. Muy muy fuerte. No tenemos una figura semejante en español. Un cantante de talla intelectual muy por encima de la media. Me viene a la mente Santiago Auserón, que completó los cursos de doctorado en Filosofía en París bajo la dirección del inmenso Gilles Deleuze. Nada más y nada menos. Juan Perro. Pero no tenemos más casos en nuestro idioma. En plan Leonard Cohen, el canadiense Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Sí, repito de nuevo: de las Letras. Las Letras. Literalmente en su caso: las letras de sus canciones.

Hammond lo entendió enseguida. Con personajes semejantes, con creadores de textos esplendorosos, no cabe la separación. ES UN PACK. Lo tomas o lo dejas, pero si lo tomas lo tomas entero, en su conjunto. Letra, cantante, melodía y voz. Tal cual.

Voy a explicarme todavía mejor. Cantantes buenos, muy buenos, excepcionales, los hay a miles. Si uno calcula con inteligencia conseguirá un buen resultado. Pongamos los conservatorios y escuelas profesionales de canto de todas las ciudades del mundo, de los cinco continentes, año tras año, promoción tras promoción. Calculemos a la baja uno o dos cantantes, hombres o mujeres, especialmente brillantes: los mejores de cada centro. Salen miles de cantantes primorosos y talentosos. Cada año. Cualquiera de ellos le da mil vueltas a Bob Dylan. Sobre todo ahora que tiene setenta y tres años… Bueno: ya lo has pillado. No hace falta que prosiga. Pero cuando Hammond luchaba contra todo el mundo… ¡no estaba tan claro! Te cuento un detalle: hace tres días subastaron un manuscrito inédito de una canción de Dylan. Lo vendieron por trescientos mil dólares. Una letra perdida.

El cálculo que he realizado antes con los cantantes se reduce a mínimos con los letristas. Y mucho menos que mínimos en el ámbito español. Aquí debo hacer un inciso importante. Capital incluso. A riesgo de incomodar a mis compatriotas, afirmo que el noventa y nueve por ciento de los españoles no comprende las mejores letras de la historia del rock. Los matices, las imágenes poéticas, las metáforas, el sentido literal y figurado, el mensaje subliminal, los dobles sentidos, la carga ideológica, el trasfondo bíblico, literario y espiritual. Hagamos una prueba: ¿me podrías explicar detallada y profundamente lo que te transmite la letra de Like a Rolling Stone, A Day in a Life, A Hard Rain’s a-Gonna Fall, Across the Universe, London Calling, Belfast Child, Bela Lugosi’s Dead o The River? ¿Sabes cuál es el tema exacto de canciones como The End, Who’s Gonna Ride Your Wild Horses, Cemetery Gates o Tea In The Sahara?

Te confieso que en algunos temas tendría que sentarme con un excelente diccionario para sacar las cosas en claro, pues a la dificultad de la lengua se añade el hermetismo de las imágenes, sobre todo en poetas de los sesenta bajo los efectos del LSD u otras sustancias alucinógenas… Te invito a comprender Lucy In The Sky With Diamonds y Strawberry Fields Forever, sencillas en apariencia… ¡Ya me contarás! Si me aclaras algo te lo agradeceré (aparte del anagrama del título de la primera, a eso llego por favor). Me duele tanto que nos perdamos estos textos, me produce tanta desolación que no sepamos siquiera qué carajo están contando los mejores letristas de la historia: Bob Dylan, John Lennon, Jim Morrison, Joan Baez, Lou Reed, Leonard Cohen, Bruce Springsteen, Nick Cave, Bono, Sting, Morrissey, Robert Smith…

Creo sinceramente que es imprescindible ser nativo para escribir un texto de calidad. Me da casi vergüenza ajena escuchar los temas en inglés de las canciones de Eurovisión, o de las bandas que escogen este idioma por mimetismo. Las letras resultantes son insustanciales, sin gracia ni contenido. Es el peaje que pagan los que se dejan guiar únicamente por el sonido y olvidan el sentido: la superficialidad. Creo firmemente en el idioma nativo. El idioma propio de cada letrista. Lo demás son imitaciones baratas. Muy baratas incluso.

A este respecto debo admitir que uno de mis pesares más lancinantes a nivel cultural es la supremacía absoluta del inglés. El imperialismo anglosajón. Lo siento en el alma pero el mundo global contemporáneo me parece peligrosamente reductor. Hace un par de generaciones no era así. Si nos ceñimos al tema que nos interesa, existen otras tradiciones extremadamente ricas. Un ejemplo: la chanson française. Aquí puedes confiar en mí. Soy nativo cien por cien. De madre francesa. De nacionalidad francesa (tengo las dos). No necesito ningún diccionario para comprender, disfrutar y paladear letras que fueron verdaderos monumentos a la sensualidad, la belleza, la inteligencia y la poesía más conmovedora. Te podría dar decenas de nombres, pero no quiero extenderme. Aunque no puedo dejar de mencionar a Georges Brassens, Jacques Brel, Léo Ferré, Charles Aznavour y Georges Moustaki. GIGANTES. Que no tienen absolutamente nada que envidiar a Bob Dylan, Patti Smith o Johnny Cash. Pero nada de nada. Más bien al contrario. Lo dejo ahí. Esta es una de las razones, además de mi enamoramiento profundo por la hermosura del idioma, por las que escribo todas mis letras en español. Es una de mis formas de resistencia a la dictadura del inglés. Lo cual no impide que sea honesto con la realidad. Una cosa no quita la otra, y en el ámbito de la música rock, la tradición anglosajona siempre ha sido la mejor. Desde el principio hasta hoy. Y de lo mejor siempre se aprende.

Pero volvamos al destino.
Noche en los ojos.

En aquel año de 1966 en que Bob Dylan andaba de gira por Inglaterra, había otro norteamericano perdido por las mismas tierras. Presta mucha atención porque en esos momentos nadie le hacía el menor caso. O casi nadie. En 1961, con diecinueve años, se despidió de su amado padre en la lejana ciudad de Seattle, rumbo a Nueva York evidentemente. En Nueva York tocó lo que no está escrito. Miles de horas. En clubes de mala muerte y en locales famosos, con músicos de pacotilla y con estrellas del momento. Se colaba en todas las fiestas, en todos los conciertos, en todos los escenarios. Tocaba en cada una de las jams con las que se topaba. Esperaba pacientemente a que el guitarrista se cansara y agarraba frenético el instrumento. Con un pequeño problema, difícil de solucionar en este caso: era zurdo. Si yo fuera guitarrista, con el temperamento curioso que tengo, no pararía de investigar durante horas y horas hasta dar con la respuesta a una pregunta que me formulo: cómo se las arreglaba este joven zurdo para tocar las guitarras diseñadas para los diestros… La cuestión es que hacía una pequeña manipulación (te prometo que lo he leído), sin estropear el instrumento ajeno por supuesto, manipulación que le permitía tocar hasta la extenuación. Esto es literal. Hasta la extenuación. Toda su vida tocó la guitarra una media de nueve horas diarias. Psicológicamente, Jimi tenía una personalidad totalmente obsesiva. Solo le gustaban dos cosas en la vida: la música y las mujeres. Por este orden. Y no es broma. Fueron muchas las novias que sintieron celos tremendos de su guitarra. Y entre ellas, más de una se arrepintió eternamente de haber planteado el dilema: o la guitarra o yo, porque no tardaron nada en quedarse solas. Hendrix tenía las prioridades muy claras a este respecto. Y el arrepentimiento de ellas era sincero, porque varias aseguraron años más tarde que Jimi era muy buena persona, dulce y cariñoso con ellas, y un amante incomparable.

Aun así, Nueva York no le sonrió como hubiera deseado. No acababa de despegar, y su carácter obsesivo no se conformaba con la fama callejera de excelente guitarrista. La buena reputación de tanto músico anónimo a lo largo de las décadas. No había abandonado a su amado padre para que dijeran por la calle: “Sí: Jimi toca de cojones, tío, ¡tendrías que verlo!” Eso no llena una vida, no la suya en todo caso. Ni siquiera pertenecer a The Animals lo colmaba. Necesitaba cambiar de rumbo.
Así que se subió a un avión en dirección a la capital de Inglaterra. Londres, en 1966, musicalmente hablando, era el centro del mundo. Hendrix se instaló como pudo, aunque a estas alturas ya disponía de una buena guitarra. Se pasaba las noches recorriendo locales para mostrar al mundo sus habilidades. Tampoco tuvo demasiada suerte, hay que admitirlo, hasta que el destino en persona se cruzó por su camino.

Una noche cualquiera recaló con su instrumento en un club medio vacío, tan vacío que solo había una tarima chapucera y algunos hombres tomando copas en las mesas. Pero a Jimi Hendrix le daba exactamente igual que hubiera una o cien mil personas escuchándole. Enchufó la guitarra al amplificador y lo dio todo. Esto es lo más importante: lo dio todo. El pub era tan anónimo que era el único lugar de Londres al que una estrella mundialmente conocida podía ir a tomarse una cerveza sin ser molestada. Pero más que una estrella, aquella noche gris y melancólica Paul McCartney se sentía bastante solo y deprimido. No debe de ser fácil para un hombre sensible ser el centro del mundo con veinticuatro años. En 1966 los Beatles ya habían pulverizado todos los récords, acaparado la atención mediática mundial y escrito la página más increíble de la historia del rock. Hasta tal punto que ya no iban a tocar más en directo. Solo estudio. Se lo podían permitir. Paul estaba ensimismado en sus pensamientos, bebiendo su pinta de cerveza a pequeños sorbos, solo en una mesa del fondo, harto de tanta fama, agobiado, saturado, torturado por sentimientos íntimos contradictorios, sin darse cuenta siquiera, por lo menos en su parte consciente, de que su oído tan privilegiado llevaba más de una hora, cerveza tras cerveza, registrando la interpretación de guitarra más espectacular que había oído jamás. Hasta que por fin la parte inconsciente afloró a la realidad, y Paul pegó un grito en voz alta parecido a: “Joooder, este tío toca de puta madre!” Curiosamente los dos tenían la misma edad.

Al día siguiente Paul se lo contó a sus amigos y, al cabo de una semana, Paul McCartney, John Lennon, Mick Jagger y Keith Richards decían entusiasmados a todo aquel que quisiera escucharles (es decir, en 1966, a todo el planeta Tierra): “¡¡Hay que ir a ver tocar a Jimi Hendrix!!”

El salto a la fama fue inmediato. Ni la mejor y más eficaz campaña de publicidad de nuestra súper era de Internet le llega a la suela de los zapatos al hecho de que los líderes de los dos más grandes grupos de rock de todos los tiempos elogien pública, abierta y repetidamente a una joven promesa. Ya conocéis la continuación. The Jimi Hendrix Experience fue la primera banda, a la que siguieron otras, el festival de Woodstock con la interpretación inolvidable del himno norteamericano, los conciertos legendarios en los que tocaba las cuerdas con los dientes o con la guitarra detrás de la nuca o incluso prendía fuego al instrumento al final de la actuación. Verdadera locura.

De 1966 a 1970, o como forjar una leyenda en cuatro años. La noche de su muerte todavía hace correr ríos de tinta pues en el transcurso de ella se mezclaron somníferos, alcohol, vómitos y atragantamientos, entre otras circunstancias patéticas y bochornosas. En su piso de Londres, junto a su novia del momento. El famoso club de los 27. A waste of talent.

Y me dirás: ¿qué tiene que ver esto con lo que estabas contando de Bob Dylan? Pues no te creas que pierdo el hilo amigo. El hilo rojo de la voz. La voz es el punto de conexión entre estos dos seres de excepción.

De modo semejante a lo que ocurriera con aquellos productores de Columbia sucedía ahora con Hendrix, pero de manera más acuciante todavía. A Jimi no le gustaba nada su voz, y este complejo duró casi toda su vida. Con mucho gusto hubiese delegado en otro la interpretación, pero no le dejaron. Él tenía clara conciencia de su genio a la guitarra y trabajaba para mejorar en este campo. Sin embargo, en cuanto oía su propia voz, le parecía cavernosa, monótona, impersonal y sin belleza. Arrastró esta sensación mucho tiempo, pues nada escapaba a su oído de excepción.

Como letrista tampoco pasará a la historia. Aunque para gustos…

La cuestión es que repasando su discografía he hallado una interpretación que me parece magistral. Y no me refiero a la guitarra. Se trata precisamente de la célebre versión de All Along The Watchtower de Bob Dylan. Creo sinceramente que fue un punto de inflexión para Hendrix. Como si apoyarse en una letra incomparable le hubiera dado confianza en su voz. Te invito a que escuches esta versión en YouTube. Me impacta el arranque. El primer verso. Para que un tema funcione, el arranque cuenta mucho. Aquí siento una voz masculina y rotunda. Músculo y terciopelo al mismo tiempo. Una personalidad que se impone nada más empezar. Es una voz presente, segura, afirmada. No puedo dejar de pensar que la versión de Bob Dylan ayudó al joven Hendrix a despegar como cantante y, contrariamente a su propia impresión, estoy convencido de que dejó grandes momentos de voz para la historia.

Ahora necesito cerrar el círculo. Volver a la idea que preside mi relato: la comunión indestructible entre el autor de una letra y su propia voz. Para que no te pierdas, he realizado una experiencia apasionante, precisamente con All Along The Watchtower. El texto me parece tan sumamente bueno, que me deja pensativo. Esta breve historia de mendigo iluminado en que se vislumbra una salida fuera de este sitio, donde los hombres de negocios se beben mi vino mientras los labradores cavan mi tierra, esta extrañísima circunstancia en la que un ladrón responde amablemente al enigmático bufón, donde se dice que la vida es una broma que no merece mayor preocupación por nuestra parte puesto que tú y yo hemos pasado ya por esto y ese no es nuestro destino… Esta letra sublime ha fascinado a los mejores letristas de la historia posterior. Y todos han querido cantarla, independientemente de modas, épocas y estilos. Muchas no merecen ni ser mencionadas, de lo pobres que son. Pero hay algunas realmente excelentes, con una rabia y una fuerza que iluminan el texto con una gama de colores que ni el propio letrista hubiese imaginado. Me refiero a las de Neil Young, Lenny Kravitz, Eric Clapton, U2 y Eddie Vedder, sin olvidar la maravilla experimental de Jimi Hendrix que ya he mencionado antes. Cada una de estas versiones vale su peso en oro. Y sin embargo debo confesarte algo.

Ninguna de ellas alcanza ni de lejos la excepcionalidad de la versión original. Yo soy letrista, y te aseguro que he notado, he sentido, he tenido la íntima convicción y la insoslayable intuición de que nadie más que Bob Dylan ha sabido narrar la historia como él lo ha hecho. Su versión es una narración desnuda, esencial, descarnada y pura. Nadie ha sabido traer el relato con la misma maestría. He notado con mucha fuerza que él había escrito la historia. En la manera de cantar cada verso. En la inflexión de la voz. En la forma de arrastrar algunas palabras y acortar otras, para beneficio del relato. Y sobre todo en la manera de concluir. Aquí acudo a ti, amigo, y te pido ayuda… ¿Sabes de dónde procede este párrafo final? ¿Tienes idea de lo que significa esta escena? ¿Viene de alguna película, novela o episodio olvidado de la historia norteamericana? ¿O tal vez sea un cuento de la Antigua Persia? Llevo horas pensando en esta conclusión, me parece tan sumamente enigmática y hermosa que no puedo parar de repetirme los versos interiormente… ¿Por qué no existen letras semejantes en nuestro idioma? ¿Las comprendería la gente? Ojalá. El joven Dylan agarra esta estrofa final y la recita sin florituras, como una narración: el texto le basta, es más que suficiente para encandilar. Y encandila, vaya si encandila. Escucha esto, y me lo explicas: “A lo largo de la atalaya (o de la torre vigía) / Los príncipes vigilaban el panorama / Todas las mujeres trajinaban (iban y venían) / Al igual que los sirvientes descalzos / Afuera en la distancia / Un gato montés gruñía / Dos jinetes se acercaban / Y el viento empezaba a aullar” Ahora escucha la versión original de Bob Dylan en YouTube. No sé si está hecho a propósito, pero ni siquiera hay vídeo. Verás un recuadro negro. La palabra desnuda. Sí, en el caso de Dylan y de muy pocos elegidos: UNA PALABRA VALE MÁS QUE MIL IMÁGENES.

So let us not talk falsely now / The hour is getting late…

Sí, es verdad que se hace tarde amigo. Así que hablemos sin engaño. Quisiera decirte dos cosas importantes antes de despedirme de ti. La primera ya la has adivinado desde hace tiempo. El documental que ha dado pie al nacimiento de estas páginas no es otro que No Direction Home, y me ha parecido tan impresionante el trabajo de Martin Scorsese que no cejaré hasta poder ver Living In The Material World, su visión particular de George Harrison, al que siempre he considerado el más espiritual de los Beatles, el menos materialista de los cuatro: de ahí que el título de Scorsese ya me interpele profundamente. Qué tendrá este hombre que lo hace todo tan apasionante siempre…

Y la segunda vale para este texto y todos los que escribo. Yo soy escritor o novelista. Y no una enciclopedia. Esta distinción resulta capital. Significa que no soy un especialista mundial de ninguno de los dos autores de los que he hablado en este relato. No en todo caso como lo sería Enrique Bunbury, dylanista hasta la médula, dylanista hasta los tuétanos, y un ejemplo claro de cómo se pueden escribir letras magistrales en nuestro idioma.

Por lo tanto, este relato es una creación artística. No la Wikipedia. Si necesitas conocer de manera pormenorizada la cronología exacta de ambos autores, con todo lujo de detalle, consulta la red o la bibliografía especializada. Si deseas más bien una aproximación intuitiva y personal, lee un texto literario. Un escritor saca a colación una anécdota que a lo mejor ni siquiera llama la atención de los historiadores, la ensalza, le da todo el relieve y la convierte en escena central de una narración. Literatura de ficción. Basada en la realidad, pero con un vuelo propio libre de ataduras racionales. La novela contemporánea está llena de narradores indecisos que construyen una ficción en la que se mezclan a menudo personajes reales con otros inventados, en la que conviven épocas diferentes y espacios paralelos en el mismo capítulo, en la que se abren dimensiones inesperadas cuando uno menos se lo espera. En la que Dylan convive con Hendrix y McCartney en la misma estructura de ficción. En la que las coincidencias, el azar, el destino, la providencia y las emociones tejen una trama tan compleja como la vida misma. Sumérgete en las obras de Paul Auster, Javier Marías, Haruki Murakami o Enrique Vila-Matas. Se llama Metaliteratura.

¿Comprendes ahora el título de mi relato?

Jaime Homar

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Comparte con nosotros tus opiniones sobre Elko!